−¿Quién fue este Anselmo de Trujillo?
La avidez de aprendizaje de Bernardo le convertía rápidamente en
receptor, a pesar de su cólera, por lo que él entendía que había sido un
engaño. Obstinado y altanero, Bernardo siempre se había caracterizado por ser
un hombre de fuerte carácter, temido y respetado al mismo tiempo por sus
hombres en el ejército. Pero de todos era sabido que en Bernardo sobresalía una
particularidad nada común entre el resto: la inteligencia. Gracias a ella,
Bernardo fue ascendiendo en el escalafón militar hasta el punto de convertirse
en uno de los hombres de confianza del Condestable de las Tierras del Norte,
don Álvaro Trujillo.
−Fue un clérigo español nacido en la ciudad salmantina de Ciudad
Rodrigo –comenzó con su explicación don Roberto de Espinosa−. Pasó toda su vida
a caballo entre su ciudad natal y la capital, Salamanca, donde estudió en su
famosa Universidad y donde fue ordenado como sacerdote. Rápidamente ingresó en
el seminario de su diócesis, donde estuvo recluido cerca de ocho años. Fue durante
ese largo periodo de tiempo donde don Anselmo, como era conocido en su ciudad
por sus fieles y familiares, reconoció su vocación y comprendió que su vida se
debía a Jesucristo Nuestro Señor. Pero la capacidad moral de don Anselmo nunca
fue un muro inquebrantable. Nuestro hombre siempre fue un sacerdote abierto a
los debates, buen oidor, captador de todas aquellas ideas que le llegaban desde
el exterior y jamás trató de imponer a la fuerza y a base de violencia aquello
que no se podía demostrar con la palabra. Es decir, podríamos asegurar sin
miedo a equivocarnos, que era la antítesis de Serván de Cerezuela.
−Continúe –lo alentó Bernardo durante un momento de pausa que había
tomado Espinosa para tomar aire y continuar recordando la historia.
−Lenguas salmantinas cuentan que una tarde de invierno, mientras la
nieve se acumulaba en el exterior del monasterio donde don Anselmo ocupaba sus
días de clausura, llegó hasta la morada del señor un monje procedente de
tierras germanas, para ser exactos de la ciudad de Erfurt donde también había
cursado sus estudios Martin Lutero en su acreditada universidad. Aquel monje se
llamaba Eldwing Koopmann. La cuestión es que aquella misma noche, don Anselmo y
Koopmann mantuvieron una larga e infinita charla sobre las tesis que el famoso
reformista alemán había presentado en 1517 en la ciudad de Wittemberg. Tal fue el impacto
de las palabras del monje alemán sobre el alma de don Anselmo que, desde
aquella misma noche de frío, viento y nieve, nuestro clérigo salmantino se
acogió a las ideas de la iglesia luterana y, abandonando su retiro en Ciudad
Rodrigo, se dirigió a diferentes puntos de Castilla con la única intención de
predicar la palabra de Lutero. Durante años este fue su único empecinamiento hasta
que, finalmente comenzaron a llegarle rumores que la Inquisición iba tras sus
pasos. Antes de que el Santo Oficio diese con él, don Anselmo decidió abandonar
España y viajar como polizón en una de las naos que partían rumbo al Nuevo
Mundo.
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