Qué importaba
que el camino fuese eterno si gozaba de ti y de tus locuras. Jugabas al amor y
me enseñabas a jugar con el placer de amar. Qué importaba que de repente el
camino fuese ancho si al llegar a mí el rumbo pareció cambiar, de repente lo
que era fuego se volvió agua y los dos nos hundimos en el error de naufragar. Qué
importaba que el camino fuese llano si todos los años a tu lado fueron
recordados con el cariño de un gran amor. Qué importaba que el camino fuese
empedrado si llegaste a mí cuando más necesitaba de ti y lo mejor es que sé que
siempre te tendré. Qué importaba que el camino no tuviese a dónde ir, si desde
el instante que buscaste mis labios fuiste mi verdad, mi razón de ser, mi todo,
mi yo, mi calma y mi tempestad.
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