martes, 13 de noviembre de 2012

LA VIDA SABE A CAFÉ

Como un viento gélido la vi pasar de largo. Su caminar sombrío me pareció triste desde la distancia, y supuse que la vida no había sido justa con ella. Los años no la habían beneficiado físicamente, sin embargo, algo en su mirada, fija y co nstante, me hizo suponer que su orgullo continuaba en todo lo alto. Gallarda, valiente, constante y fiel a sí misma. Al día siguiente la volví a esperar. Yo me encontraba en el interior de aquella antigua cafetería, donde los cafés solían saber a café y su aroma impregnaba toda tu ropa de verdadero café. Es decir, lo que hoy ya no existe en ninguna otra cafetería de la ciudad. Pues sí, justo allí la volví a esperar con la esperanza de volverla a ver. A la misma hora que el día anterior, apareció elegante y esbelta. El tiempo le había destrozado aquella belleza inalcanzable que la hacía irresistible, pero continuaba siendo ¡tan bella! Había tardado toda una vida en encontrarla. El día que me dijo adiós mi mundo naufragó en un mar sin marea, los días se volvieron noches eternas, y las sonrisas se quebraron para siempre en favor de unas lágrimas que terminaron por hacerse mis únicas compañeras. Pero nada pudo con mi esperanza de volverla a encontrar. Mi fe fue más allá de mi frustración, y me convertí en un preso sin cadenas, en un condenado a la infelicidad eterna, en un hombre a la espera del amor que nunca ha de volver. Ahora cada día la espero, en este callejón con sabor a tristeza, donde tantas y tantas madrugadas he visto amanecer, mientras bebo café, mientras huelo a café, mientras saboreo el delicioso sabor del rico café… Nunca más volveré a cruzarme con ella, mi rostro continuará dibujando los años consumidos en la nada, mi mirada seguirá siendo melancólica, pero mi corazón se irá extinguiendo lentamente mientras ella pasea garbosa y lozana, aunque los años le hayan masacrado aquella belleza que un día la separó de mí.

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