Desde el
malecón del norte la vi partir, las olas rompían con fuerza, arrasando las
tristezas insensatas que me habían provocado sus ojos negros. Desde el balcón
de mi alma creí haberla enamorado para siempre, sin ser consciente que volaba
libre como el viento de Buenos Aires o las nubes blancas de mi pasión.
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