Entró en el bar mientras tomaba un café, su sonrisa blanca
me deslumbró, su ternura me provocó escalofríos, su belleza me enamoró. Su falda
corta, sus piernas morenas, su mirada inquieta, sus manos perfiladas y
delgadas. No éramos nadie, sólo estábamos perdidos en mitad de un camino sin
destino. No éramos más que dos huérfanos
de la vida. No me cuentes historias que me entristezcan, desde hoy quiero que
seas mi eterna alegría. Nos encontrábamos en un cruce de caminos, nos fuimos
haciendo viejos a medida que se consumía mi café y su cerveza. Te escribiré una
poesía que se quede impresa en un cristal, pero a cambio me debes un beso
todavía.
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