La palabra Inquisición pareció sacar de su letargo a Bernardo, el cual
reaccionó de manera inmediata.
−La Inquisición está haciendo estragos en España. Lo que en un
principio se creó como una institución que debía servir a Dios y al
cristianismo, poco a poco se ha ido convirtiendo en una secta donde predominan
los asesinatos a sangre fría.
−Todo eso que me cuentas, Bernardo, ha ocurrido y sigue ocurriendo
aquí en el Nuevo Mundo. Y apuesto que aquí con más crueldad, si cabe. Hasta las
Indias arribaron en su día todo tipo de personajes, la mayoría de ellos con el
objetivo de lucrarse a costa de personas a las que, no solamente se les robaba
su territorio, sino que además se les violaba su intimidad, se les pretendía imponer
leyes, religión y formas de vivir y, sobre todo, se les condenaba a un trabajo
que en muchos casos los conducía hasta la muerte.
Aquellos dos hombres continuaban hablando entre sí, departiendo como
si se tratase de dos viejos amigos que acababan de encontrarse en cualquier
taberna de la querida España, tal vez en la monumental Sevilla, o en la
universitaria Salamanca, o en la majestuosa Toledo. Cualquier lugar hubiese
sido perfecto para un encuentro tan preciso, sin embargo la realidad era muy
distinta. Se encontraban apartados del mundo, encerrados en una lúgubre celda,
justo al otro lado del planeta, esperando, uno de ellos ser juzgado y el otro
ser conducido al cadalso.
−¿Fue el Santo Oficio lo que lo separó de la Corona? –Bernardo comenzaba
a atar cabos sueltos que hasta entonces parecían haber pasado desapercibidos
para su mente distraída.
Roberto de Espinosa no contestó directamente a la pregunta de
Bernardo. Se limitó a fruncir el ceño, como si los recuerdos lo apuñalasen por
la espalda. Lentamente alzó la mirada, sus ojos aparecían brillantes.
−El verdadero culpable de que hoy me encuentre aquí encerrado,
esperando la muerte, no es otro que Serván de Cerezuela, un clérigo español que
acompañó al virrey Álvarez de Toledo hasta Perú y que fue consignado por éste
como primer inquisidor de Lima. Cerezuela enseguida comenzó a viajar a través
del imperio inca, comprobó personalmente los alejados que estaban aquellos
indígenas del cristianismo y no tardó en poner en marcha su maquinaria terrorífica
para imputar a aquellos que él o sus alguaciles, o informantes, consideraban
como herejes.
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