domingo, 28 de abril de 2013

LOS CONDENADOS ETERNOS X



La palabra Inquisición pareció sacar de su letargo a Bernardo, el cual reaccionó de manera inmediata.

−La Inquisición está haciendo estragos en España. Lo que en un principio se creó como una institución que debía servir a Dios y al cristianismo, poco a poco se ha ido convirtiendo en una secta donde predominan los asesinatos a sangre fría.

−Todo eso que me cuentas, Bernardo, ha ocurrido y sigue ocurriendo aquí en el Nuevo Mundo. Y apuesto que aquí con más crueldad, si cabe. Hasta las Indias arribaron en su día todo tipo de personajes, la mayoría de ellos con el objetivo de lucrarse a costa de personas a las que, no solamente se les robaba su territorio, sino que además se les violaba su intimidad, se les pretendía imponer leyes, religión y formas de vivir y, sobre todo, se les condenaba a un trabajo que en muchos casos los conducía hasta la muerte.

Aquellos dos hombres continuaban hablando entre sí, departiendo como si se tratase de dos viejos amigos que acababan de encontrarse en cualquier taberna de la querida España, tal vez en la monumental Sevilla, o en la universitaria Salamanca, o en la majestuosa Toledo. Cualquier lugar hubiese sido perfecto para un encuentro tan preciso, sin embargo la realidad era muy distinta. Se encontraban apartados del mundo, encerrados en una lúgubre celda, justo al otro lado del planeta, esperando, uno de ellos ser juzgado y el otro ser conducido al cadalso.

−¿Fue el Santo Oficio lo que lo separó de la Corona? –Bernardo comenzaba a atar cabos sueltos que hasta entonces parecían haber pasado desapercibidos para su mente distraída.

Roberto de Espinosa no contestó directamente a la pregunta de Bernardo. Se limitó a fruncir el ceño, como si los recuerdos lo apuñalasen por la espalda. Lentamente alzó la mirada, sus ojos aparecían brillantes.

−El verdadero culpable de que hoy me encuentre aquí encerrado, esperando la muerte, no es otro que Serván de Cerezuela, un clérigo español que acompañó al virrey Álvarez de Toledo hasta Perú y que fue consignado por éste como primer inquisidor de Lima. Cerezuela enseguida comenzó a viajar a través del imperio inca, comprobó personalmente los alejados que estaban aquellos indígenas del cristianismo y no tardó en poner en marcha su maquinaria terrorífica para imputar a aquellos que él o sus alguaciles, o informantes, consideraban como herejes.

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