martes, 16 de abril de 2013

LOS CONDENADOS ETERNOS IV



El paso de los días provocó un decaimiento en la pletórica moral que hasta la fecha había invadido a Bernardo. En aquella mazmorra las horas se hacían eternas, a pesar de tener la compañía de Roberto de Espinosa, el cual siempre se encontraba dispuesto a darle conversación y narrarle historias de tiempos pasados. Historias que Bernardo desconocía y que relatadas por los labios de Espinosa parecían convertirse en sueños reales.

−¿Cuánto tiempo llevas aquí encerrado? –Se interesó Bernardo.

Roberto de Espinosa se encontraba casi dormido. Aquel día se había mantenido prácticamente en silencio sin una razón evidente; simplemente se hallaba demasiado nostálgico. No le solía ocurrir a menudo, pero todo el mundo tiene derecho a sus momentos de quebranto.

El preso más antiguo, carraspeó antes de contestar amablemente.

−El tiempo es lo de menos. En este maldito lugar el tiempo deja de tener importancia. Al principio comencé llevando un control sobre el mismo. Comienzas contando los minutos, las horas, los días, las semanas...incluso los meses, pero toda paciencia tiene un límite y la mía no iba a ser una excepción.  Finalmente me cansé de contar y, sobre todo, me cansé de esperar. Se me prometió que me conducirían a un juicio justo y todavía sigo esperando que esa maldita puerta se abra y vea entrar por ella a alguien que sea ecuánime con las promesas que me hicieron. Seguramente lleve años aquí encerrado. No importa. Lo que realmente importa es que la vida sigue.

−¿Pretendes decirme que has perdido todas las esperanzas de libertad? –Bernardo todavía se aferraba a un último aliento. No quería darse por vencido, a pesar de las palabras desesperadas de su compañero de celda.

−Nunca puedes perder algo que jamás has tenido, querido amigo. La verdad que siempre he vivido de realidades, prefiero basarme en ellas.

Roberto de Espinosa continuaba dando muestras de gran madurez. Se expresaba como un hombre culto y trataba todos los temas con extrema paciencia.

−Antes de conocer al Condestable y ser alcalde de las Tierras del Norte, ¿a qué te dedicabas?

Desde hacía días que ambos presos se tuteaban al hablar. En aquella mazmorra lo menos importante eran los formalismos.

−Quizás te sorprenderías si te lo cuento –sonrió Espinosa.

Bernardo se acercó hasta él y, mirándolo fijamente, le dijo:

−Prefiero sorprenderme con tus historias antes que hacerme mala sangre con mi verdad.

Roberto de Espinosa se sintió importante al fin. Hacía mucho tiempo que no sentía aquella sensación.

−Trabajaba en Sevilla para los Reyes. Justamente en la Casa de Contratación.

−¿Pertenecías a la Corona? –Bernardo dio un respingo hacia atrás.

−¿Ves? Sabía que te sorprenderías –Espinosa carcajeó.

−¡Pertenecías a la Corona! –Exclamó Bernardo, ignorando las risas de su compañero de celda.

−Era oidor del Rey hasta que finalmente fui trasladado a Lima como alcalde del crimen.

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