jueves, 25 de abril de 2013

LOS CONDENADOS ETERNOS VIII



−Pero, Roberto, ¿por qué has desechado la posibilidad de confesarte? Es el único camino que conduce a Dios, y en un momento como este creo que era lo más sensato.

−Eso no es cierto, querido amigo –le rebatió Espinosa a Bernardo ante la sorpresa de este último−. Dios siempre está con nosotros. Lo único que he rechazado ha sido el entregar mi alma a un sacerdote al cual no he visto en mi vida y con el que me niego a compartir mis últimas palabras.

−¿Y si Dios no lo ve así? Tal vez ejecute un duro castigo sobre ti.

−¿Te parece poco castigo que me arrebate la vida por una causa que es totalmente injusta? Me acusan de traición a la Corona cuando siempre fui un fiel servidor de la misma. Mientras me mantuve al lado de nuestro monarca jamás le traicioné. Fueron las injusticias que presencié aquí en las Indias lo que me llevaron al camino de la rebelión. Sólo dichas injusticias me apartaron de Felipe II y me acercaron a Álvaro Trujillo. El resto son invenciones para arrebatarme la vida sin misericordia y, lo que es peor, poniendo a Dios por testigo de sus actos insolentes y macabros.

Roberto de Espinosa se encontraba, no aturdido por la noticia que acababa de recibir, sino más bien enojado por las infamias que lo acusaban de traidor.

−¿Cómo te sientes? –Bernardo se arrepintió enseguida de realizar aquella pregunta que le pareció estúpida en cuanto traspasó sus labios y se convirtió en sonido.

−Mejor de lo que me hubiese imaginado en un momento así. Te puedo asegurar que no tengo miedo y si me apuras ni pena. Siento un extraño vacío de no poder aportar más a este mundo, a personas como tú, ávidas de conocimiento, pero es evidente que no está en mis manos mi destino.

−Tal vez debería dejarte descansar –insinuó de buena fe Bernardo.

−Ni se te ocurra en estos momentos –rechazó el consejo Espinosa−. Ahora soy yo quien quiero contarte quién es quién en toda esta historia. Ahora soy yo quien quiero que llenes mi tiempo de preguntas. No quiero dejar de hablar hasta que venga la muerte a buscarme y entre por esa puerta de hierra con su guadaña en mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario