−Pero,
Roberto, ¿por qué has desechado la posibilidad de confesarte? Es el único
camino que conduce a Dios, y en un momento como este creo que era lo más
sensato.
−Eso no es
cierto, querido amigo –le rebatió Espinosa a Bernardo ante la sorpresa de este
último−. Dios siempre está con nosotros. Lo único que he rechazado ha sido el
entregar mi alma a un sacerdote al cual no he visto en mi vida y con el que me
niego a compartir mis últimas palabras.
−¿Y si Dios
no lo ve así? Tal vez ejecute un duro castigo sobre ti.
−¿Te parece
poco castigo que me arrebate la vida por una causa que es totalmente injusta?
Me acusan de traición a la Corona cuando siempre fui un fiel servidor de la
misma. Mientras me mantuve al lado de nuestro monarca jamás le traicioné. Fueron
las injusticias que presencié aquí en las Indias lo que me llevaron al camino
de la rebelión. Sólo dichas injusticias me apartaron de Felipe II y me
acercaron a Álvaro Trujillo. El resto son invenciones para arrebatarme la vida
sin misericordia y, lo que es peor, poniendo a Dios por testigo de sus actos
insolentes y macabros.
Roberto de
Espinosa se encontraba, no aturdido por la noticia que acababa de recibir, sino
más bien enojado por las infamias que lo acusaban de traidor.
−¿Cómo te
sientes? –Bernardo se arrepintió enseguida de realizar aquella pregunta que le
pareció estúpida en cuanto traspasó sus labios y se convirtió en sonido.
−Mejor de lo
que me hubiese imaginado en un momento así. Te puedo asegurar que no tengo
miedo y si me apuras ni pena. Siento un extraño vacío de no poder aportar más a
este mundo, a personas como tú, ávidas de conocimiento, pero es evidente que no
está en mis manos mi destino.
−Tal vez
debería dejarte descansar –insinuó de buena fe Bernardo.
−Ni se te
ocurra en estos momentos –rechazó el consejo Espinosa−. Ahora soy yo quien
quiero contarte quién es quién en toda esta historia. Ahora soy yo quien quiero
que llenes mi tiempo de preguntas. No quiero dejar de hablar hasta que venga la
muerte a buscarme y entre por esa puerta de hierra con su guadaña en mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario